25 de marzo de 2009

Se llama béisbol, señores


  Ni duda cabe que el tiempo es implacable, y que en días tan acelerados como los actuales, el pasado se vuelve historia más rápido que de costumbre, máxime cuando nuestro accionar resulta fatídico para una colectividad, pues hay en el entorno muchos ansiosos por juzgarnos, por hurgar en las heridas y dejar en claro lo tontos que fuimos.

  Bajo tal premisa, recordamos uno de los hechos más aberrantes que el deporte local ha conocido en los últimos años: la compra de los Algodoneros del Unión Laguna por parte del Grupo Soriana

  Los Martín, empresarios triunfadores basados en políticas de explotación laboral y castigo a proveedores, pero carentes de afición deportiva y, sobretodo, de experiencia en la gestión de entidades de tal sector, negociaron con la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma la compraventa de la novena lagunera (la cual era ya un lastre para la compañía regiomontana) con el fin de seguir la estela de Juan Manuel “Chino” Ley, dueño de las tiendas de conveniencia que llevan su apellido así como de los Tomateros de Culiacán y los Saraperos de Saltillo, equipos protagonistas del béisbol mexicano, y que han servido al comerciante de origen chino como excelente escaparate publicitario.

  Cuando Ley se hizo con ambos clubes, marcó una nueva época para el beis nacional, pues transformó un deporte alejado de los escaparates y, por ende, de los patrocinios y el negocio, en uno redituable en diversos términos.

  Es conocida su estrategia de exigirle a los proveedores que patrocinaran a sus equipos a cambio de exclusividad en las tiendas, o en trueque por los mejores anaqueles o la mayor cantidad de producto colocado; también la de tapizar estadio y uniformes de publicidad.

  Así, como suelen actuar, los sorianos copiaron el esquema. Adquirieron al Unión Laguna y de inmediato iniciaron la aberración: los colores de siempre fueron suplantados por el naranja chillante, corrieron a los vendedores que por años habían trabajado en las afueras del Revolución, al cual, encima, le dieron en toda la torre.

  Al viejo inmueble de la Avenida Juárez, que el Ayuntamiento cedió en comodato durante 15 años, le arrebataron su esencia. Lo que fuera  un parque modesto, pero con visos estéticos, fue convertido en una versión chafa de uno de condado de Estados Unidos, en donde lo más importante pasó a ser la instalación de anuncios luminosos y una serie de “atractivos” que más tienen qué ver con el morbo y la bobería que con el deporte en cuestión.

  Ni qué decir de la espantosa estructura realizada ex profeso para tapizarla de lonas de aquellos que le han metido billete a un equipo que cada temporada lucha por ser menos malo que la anterior.

  Y es que los Martín no han dado con la fórmula de hacer de sus Vaqueros una novena ganadora, ni en el diamante ni en el terreno de la mercadotecnia, pues parece que a nadie le interesan promociones que provengan de un equipo perdedor. El machín sigue siendo el Santos.

  Por ello es que, luego de siete años de fracasos, los dueños de Soriana ya piensan seriamente en arrojar la toalla y dedicarse a su negocio, pues el capricho ya comienza a hincarles el diente.

  De acuerdo con fuentes cercanas a la cúpula sorianera, ésta tiene en la crisis económica la excusa perfecta para buscarle comprador a los Vaqueros, un ente que, de pensarse como su mejor plataforma de promoción, pasó a ser la carga más pesada y desgastante, pues no trasciende y ni siquiera genera fidelidad en la afición local.

  En temporadas anteriores, las promociones y la recarga de expectativas hacia los Vaqueros no se hacía esperar, pero en la que está próxima por iniciar, éstas brillan por su ausencia, sencillamente porque la calidad que atesora el roster resulta mediocre y ya nadie se cree aquello de que el actual, ahora sí, “es el año” del equipo lagunero.

  Lejos, muy lejos queda aquella fastuosa inauguración hace siete años, donde se despilfarraron recursos para ofrecer un espectáculo acorde a la ocasión, incluyendo a la despampanante Anette Michel, madrina en aquellos tiempos de bonanza y risas abiertas, donde todo era luz y anhelos fastuosos.

  Al día, todo se resume en estadio vacío, escasa cobertura mediática y en un desapego de los dueños hacia la novena, que va hacia la deriva cargado de temores y preguntas sobre su futuro.

  A la mitad del camino, Soriana dobló las manos y se arrepiente de copiar el capricho de Ley, a quien podrían aprenderle mucho de cómo manejar equipos, aunque antes harían bien en llevar clases para evitar despedazar la historia y trasgredir las tradiciones deportivas de una región.

 Señores, estos no son abarrotes ni peleas entre Andrea Legarreta y Mamá Lucha, se llama béisbol.

 

  

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