29 de marzo de 2009

El Golem de Antonio Juan Marcos


  Desde hace algunos años, en La Laguna resulta común que grupos de empresarios, o de aquellos que dicen serlo, formen cámaras, consejos, o cualquier mafufada parecida con el único objetivo de aparecer en los medios de comunicación y, desde tal trinchera, exigir resultados en los temas sociales y políticos que les interesan. De su deber ser no hay nada, ni recuerdos.

  De tales agrupaciones han emanado singulares personajes, tipos que surgen de repente (o de guaridas bajo tierra, según sea el caso) y, luego de un tiempo de incontinencia verbal, se esfuman como miembros de las Ligas comunistas en el México de los setentas.

  Y para no faltar a esta noble estirpe de la que durante buen tiempo fue miembro, Antonio Juan Marcos Villarreal, Coordinador de Organismos Descentralizados del Gobierno de Coahuila, creó el “Instituto Político Empresarial” (IPE), el cual busca, según su slogan, una “nueva cultura empresarial”.

  No entiendo del todo a qué se refiere con tal pesquisa, pero lo cierto es que a su cestilla de deseos le falta puntualizar la más importante: su intención de ser alcalde de Torreón.

  Finalmente por ese anhelo ideó (le idearon en realidad) el IPE, un organismo inexistente en términos reales, donde los miembros conocidos son Antonio y sus cuates, pero que le sirve para excusar el acelerado ritmo con que despilfarra recursos para promoverse en vías de la candidatura del PRI a la alcaldía torreonense.

  Así, Juan Marcos no sólo viola la Constitución, sino que al amparo de su riqueza y el del Gobierno estatal, atenta contra la inteligencia de la sociedad torreonense, a la cual cree repleta de ingenuos con dos dedos de frente como para no darse cuenta de la senda de engaño que comienza a trabajar.

  Y lo hace, volvemos al origen, mediante una organización empresarial ficticia, a la que medios, y organizaciones en general, tendrían que acotar, pues si no existen impedimentos para que, como un Golem, cualquiera las conciba a imagen y semejanza, entonces seguiremos en riesgo de burlas como la narrada.

26 de marzo de 2009

La decisión vino de arriba


Ante el sorpresivo cese de Daniel Guzmán al frente de Santos Laguna se levantaron una ola de especulaciones y dudas sobre por qué y quiénes tomaron tal decisión. Y aunque la directiva lagunera no dio argumentos sólidos a la prensa en ningún momento, se supo por fuentes dignas de todo crédito que la decisión no la tomó Alejandro Irarragori, presidente del Club, sino vino directamente del Grupo Modelo.

  Todo indica que previamente al despido, Irarragori y Guzmán intensificaron sus discusiones sobre la forma en que el timonel administraba y dirigía a la plantilla, que comenzó a salírsele de las manos a juicio de los altos mandos verdiblancos, situación que Guzmán negó siempre a pesar de que era evidente su distanciamiento con algunas de las figuras de su equipo, quienes comenzaron a dividir al grupo.

  Lo que Guzmán manejaba como una amistad con sus jugadores, terminó mal, pues la cúpula del fútbol del Grupo Modelo no concordaba con sus formas, sobre todo por el menoscabo que hacía de la imagen del club.

  Ante tales señalamientos, Irarragori, amigo personal de Guzmán, tuvo que terminar la relación laboral con todo su pesar, pues se conoce que el presidente nunca hubiera tomado tal medida, ya que Daniel era pieza angular de todo el proyecto santista, que comenzó desde el día en que los citados personajes, junto con Pablo Cañedo, se fueron de Querétaro para llegar a Torreón.

  Así, la llegada de Sergio Bueno se percibe más como una salida de emergencia que como la verdadera continuación con los planes, mismos que al término del presente torneo sufrirán otras sacudidas, pues se da por descontado que varios de los futbolistas que Daniel Guzmán pidió para armar el plantel (más para ganar adeptos dentro del vestuario que para aportar dentro de la cancha) se irán, lo que representarían al menos cinco bajas seguras.

  Por su parte, ensimismado por los problemas familiares que enfrenta y el golpe anímico que significó su despido, Guzmán no ha querido hablar con los medios locales, a sabiendas del pacto de caballeros que hizo con Irarragori de no abundar en el tópico de su partida y, mucho menos, en los porqués de ésta.

25 de marzo de 2009

Se llama béisbol, señores


  Ni duda cabe que el tiempo es implacable, y que en días tan acelerados como los actuales, el pasado se vuelve historia más rápido que de costumbre, máxime cuando nuestro accionar resulta fatídico para una colectividad, pues hay en el entorno muchos ansiosos por juzgarnos, por hurgar en las heridas y dejar en claro lo tontos que fuimos.

  Bajo tal premisa, recordamos uno de los hechos más aberrantes que el deporte local ha conocido en los últimos años: la compra de los Algodoneros del Unión Laguna por parte del Grupo Soriana

  Los Martín, empresarios triunfadores basados en políticas de explotación laboral y castigo a proveedores, pero carentes de afición deportiva y, sobretodo, de experiencia en la gestión de entidades de tal sector, negociaron con la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma la compraventa de la novena lagunera (la cual era ya un lastre para la compañía regiomontana) con el fin de seguir la estela de Juan Manuel “Chino” Ley, dueño de las tiendas de conveniencia que llevan su apellido así como de los Tomateros de Culiacán y los Saraperos de Saltillo, equipos protagonistas del béisbol mexicano, y que han servido al comerciante de origen chino como excelente escaparate publicitario.

  Cuando Ley se hizo con ambos clubes, marcó una nueva época para el beis nacional, pues transformó un deporte alejado de los escaparates y, por ende, de los patrocinios y el negocio, en uno redituable en diversos términos.

  Es conocida su estrategia de exigirle a los proveedores que patrocinaran a sus equipos a cambio de exclusividad en las tiendas, o en trueque por los mejores anaqueles o la mayor cantidad de producto colocado; también la de tapizar estadio y uniformes de publicidad.

  Así, como suelen actuar, los sorianos copiaron el esquema. Adquirieron al Unión Laguna y de inmediato iniciaron la aberración: los colores de siempre fueron suplantados por el naranja chillante, corrieron a los vendedores que por años habían trabajado en las afueras del Revolución, al cual, encima, le dieron en toda la torre.

  Al viejo inmueble de la Avenida Juárez, que el Ayuntamiento cedió en comodato durante 15 años, le arrebataron su esencia. Lo que fuera  un parque modesto, pero con visos estéticos, fue convertido en una versión chafa de uno de condado de Estados Unidos, en donde lo más importante pasó a ser la instalación de anuncios luminosos y una serie de “atractivos” que más tienen qué ver con el morbo y la bobería que con el deporte en cuestión.

  Ni qué decir de la espantosa estructura realizada ex profeso para tapizarla de lonas de aquellos que le han metido billete a un equipo que cada temporada lucha por ser menos malo que la anterior.

  Y es que los Martín no han dado con la fórmula de hacer de sus Vaqueros una novena ganadora, ni en el diamante ni en el terreno de la mercadotecnia, pues parece que a nadie le interesan promociones que provengan de un equipo perdedor. El machín sigue siendo el Santos.

  Por ello es que, luego de siete años de fracasos, los dueños de Soriana ya piensan seriamente en arrojar la toalla y dedicarse a su negocio, pues el capricho ya comienza a hincarles el diente.

  De acuerdo con fuentes cercanas a la cúpula sorianera, ésta tiene en la crisis económica la excusa perfecta para buscarle comprador a los Vaqueros, un ente que, de pensarse como su mejor plataforma de promoción, pasó a ser la carga más pesada y desgastante, pues no trasciende y ni siquiera genera fidelidad en la afición local.

  En temporadas anteriores, las promociones y la recarga de expectativas hacia los Vaqueros no se hacía esperar, pero en la que está próxima por iniciar, éstas brillan por su ausencia, sencillamente porque la calidad que atesora el roster resulta mediocre y ya nadie se cree aquello de que el actual, ahora sí, “es el año” del equipo lagunero.

  Lejos, muy lejos queda aquella fastuosa inauguración hace siete años, donde se despilfarraron recursos para ofrecer un espectáculo acorde a la ocasión, incluyendo a la despampanante Anette Michel, madrina en aquellos tiempos de bonanza y risas abiertas, donde todo era luz y anhelos fastuosos.

  Al día, todo se resume en estadio vacío, escasa cobertura mediática y en un desapego de los dueños hacia la novena, que va hacia la deriva cargado de temores y preguntas sobre su futuro.

  A la mitad del camino, Soriana dobló las manos y se arrepiente de copiar el capricho de Ley, a quien podrían aprenderle mucho de cómo manejar equipos, aunque antes harían bien en llevar clases para evitar despedazar la historia y trasgredir las tradiciones deportivas de una región.

 Señores, estos no son abarrotes ni peleas entre Andrea Legarreta y Mamá Lucha, se llama béisbol.

 

  

22 de marzo de 2009

Todos los Fuegos




Unos y otros

  En Septiembre de 2005, fecha en que se realizó la elección para Gobernador de Coahuila y la renovación del Congreso, todos los panistas enjugaron sus lágrimas por la derrota en el resto del estado con el pañuelo blanco que la victoria en Torreón les proveyó.

  Como si fuese un beato que sacrificó su capital político a lo largo y ancho de Coahuila, a Jorge Zermeño, más que pleitesía, le rendían culto, pues, a su entender, gracias al ahora embajador de México en España José Ángel Pérez Hernández y cuatro de los cinco candidatos a diputados locales blanquiazules se impusieron en las urnas.

  Con aquel triunfo y después con el de 2006, el PAN local comenzó a tildar a Torreón como su “bastión” en Coahuila. La fuerza de sus próceres (Zermeño y Memo Anaya, sobretodo), aunada a una clara tendencia del electorado por las políticas conservadoras les dio argumentos para tal nombramiento.

  Y fue tal la confianza que tomaron que despreciaron a sus rivales; al PRI lo vieron como un reducto al cual los Moreira no atenderían, una silla en la cual nadie más se sentaría gracias al halo protector de su recuerdo. De ahí que Zermeño fuera primero a la Cámara de Diputados y después a Madrid, y que Memo Anaya se refugiara bajo el ala de Felipe Calderón, su compadre, y en el anonimato del DF.

  Encima, entre esa peligrosa mezcla de soberbia y megalomanía, no repararon que el encargado de la plaza, José Ángel Pérez, requería de ayuda de todo tipo, hasta moral.

  Por todo lo dicho, luego de tres años de considerarlo como su “bastión”, hoy los panistas ven en Torreón una lucha en donde simplemente no pueden competir, donde del intercambio de golpes saldrían moribundos.

  Tanto por el trabajo del PRI, como por su desdén y parsimoniosa reacción, el PAN parece hoy entregado a la fuerza de los Moreira, que, victoriosos, sólo se divierten para ver quién de sus dos “gallos” puede más, y que éste sea la figura decorativa que fungiría como próximo alcalde.

  Así, gracias a lo dicho, Torreón, si no ocurre algo extraordinario, vivirá unas elecciones donde sólo uno puede vencer, denostando los principios democráticos a causa de los olvidos de unos y la ambición de otros, llevando al resto a la deriva.  

19 de marzo de 2009

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17 de marzo de 2009

El poniente de Torreón: la marginación histórica


La violencia y la podredumbre que fustigan hoy al Poniente de Torreón tienen su origen en la marginación histórica a la que autoridades y el resto de la ciudadanía le han condenado; desde la fundación de la ciudad, las colonias que conforman tal sector geográfico sufren un evidente alejamiento de la modernización, que las convierte en un perfecto caldo de cultivo para el crimen.

  A Leonardo Zuloaga, latifundista de La Hacienda de La Laguna, no le alcanzó la vida para ver a su rancho el “Torreón” convertirse en uno de los centros de negocios más grandes del norte del país después de que Luisa de Ibarra, su viuda, cediera en 1883 algunos terrenos para las vías del ferrocarril nacional.

  Entonces, lo que Zuloaga hizo crecer con la cosecha de algodón, pasó de un predio trabajado por un puñado de jornaleros a un sitio en constante desarrollo tanto económico como social, sobre todo después de que en 1887, la señora de Ibarra cediera en su totalidad a la empresa norteamericana Rapp Sommer los derechos de la ya entonces villa; el comprador desincorporó de inmediato los terrenos y  trazó lo que sería la extensión de las vías del tren para el arribo de vagones internacionales.

  En aquel 1887, Andrés Eppen, representante legal de la industria yanqui decidió lotificar los predios contratando a  Federico Wulff, quien fue el encargado del proceso,  lotificando de la Avenida Ferrocarril hasta lo que ahora es la calle Galeana.

  Meses después, a inicios de 1888, los lotes comenzaron a venderse; oferta no faltaba, ya que gente de todo el país, incluso del extranjero, veían en Torreón un sitio dónde cristalizar sus sueños.

  Así, con la visión de los personajes citados, y ayudado por la coyuntura nacional e internacional, en 1907, tan sólo dos décadas posteriores a su compraventa, y gracias a las gestiones de Miguel Cárdenas, gobernador de Coahuila, en pleno cumpleaños del General Porfirio Díaz, entonces Presidente de México, la entonces villa fue elevada al rango de ciudad,

  Y aunque fue un acontecimiento digno de festejo, la reciente designación no vino acompañada del progreso, pues Torreón ya lo poseía. De acuerdo con Carlos Castañón, historiador e investigador lagunero, “Para 1907 Torreón tenía ya un núcleo urbano bien consolidado y definido. Lo que conocemos ahora como el Centro Histórico era ya el centro de negocios con sus plazas, sus mercados, sus comercios, sus edificios, sus bancos, sus numerosas cantinas y sobre todo, con la habitación de los espacios”.

  Aunque claro, como históricamente ha sucedido en México, tal opulencia y desarrollo no eran equitativos, pues desde entonces la diferencia de ingresos y oportunidades entre las distintas clases sociales resultó ampliamente notoria.

  Si bien la cara progresista que la novel ciudad atesoraba (que contaba ya con alrededor de 26 mil habitantes) se debía en mucho a la instalación de fábricas que daban valor agregado a la cosecha del algodón (textiles, aceite y algunos otros derivados), el clasismo rampante y los notables contrastes entre los grupos sociales tuvieron también su origen en la llegada de tales centros fabriles.

  Industrias que llevaban por nombre La Alianza, La Fe, La Unión, El Consuelo, La Constancia (la primera en instalarse), La Aceitera, La Compresora, La Durangueña, y que hoy lo conservan, pero transformadas de manufacturas a colonias donde el lumpen domina y que, de tanta barbarie, el aire se corta con cuchillo.

 “En torno a las empresas surgieron las primeras colonias populares de Torreón: la Polvorera, la Constancia, San Joaquín, la Compresora, la Metalúrgica. Y si en ese tiempo la ciudad carecía de una red de agua potable, drenaje y pavimento, las colonias populares eran simplemente un hacinadero carente de los servicios mínimos que ahora disfrutamos. No extrañaría que años después, ante las desigualdades sociales, la revolución armada “triunfó” en La Laguna” explica Castañón en su texto “Torreón en 1907”.

  Tal fue el auge de esas colonias, creadas ex profeso por las fábricas con el fin de que los obreros vivieran lo más cercano posible a su centro de trabajo, que su crecimiento resultó anárquico y fuera de todo concepto de ingeniería, de ahí que, por ejemplo, se acostumbraba construir sobre los cerros (como el caso de La Durangueña o el Cerro de la Cruz) o dejar pasillos entre los callejones menores, en algunos casos, a cincuenta centímetros.

   Había que hacerse de un lugar sin importar dónde y cómo, idea que hizo nacer guetos estilo lagunero, donde el hacinamiento resultaba alarmante por la falta de servicios básicos, que recién comenzaron a instalarse, en tales páramos, por la década de los veintes del siglo pasado.

  “Hay que entender que la gente que habitaba esos lugares era gente pobre, que vivía en condiciones precarias, sobretodo en cuanto a sus casas, algo que continuamos viendo hasta la fecha” remató Castañón en entrevista.

  De acuerdo con datos del Archivo Histórico de la Universidad Iberoamericana, el crecimiento demográfico del poniente alcanzó tales niveles que los vecinos solicitaron al Ayuntamiento la regularización y entrega de las tierras, confirmando los asentamientos como colonias de Torreón, preocupados por el rezago que presentaba su entorno en comparación con el imparable desarrollo que la ciudad mantenía hacia el oriente.

  Fue entre 1922 y 1923 que el Cabildo autorizó la regularización de La Durangueña, Torreón Viejo, La Fe, Paloma Azul, La Constancia y San Joaquín, y desde dicho año, lo que fueran galerones para obreros pasaron a ser, con todas las letras, colonias torreonenses; aunque para su infortunio, tal categoría no coadyuvó a que el manto de la vanguardia les tocara, pues se mantuvieron alejados del bullicio del centro y de la opulencia de algunas áreas donde los empresarios de entonces tenían casas de grandes extensiones muy al estilo de su pasado europeo.

  Los nativos del poniente, además de continuar sirviendo en la industria del algodón y sus derivados, sin mayor posibilidad de cambiar su realidad, comenzaron a observar cómo sus mujeres “bajaban” del cerro para ir a trabajar como prostitutas a las decenas de cantinas regadas por el centro, o en la “zona roja” que entonces se configuraba en los rumbos de la Calzada Colón.

  Al no existir otra opción para ellas, ser meretriz se convertía en un trabajo redituable y siempre valorado, incluso necesario en una ciudad como Torreón que no puede entenderse sin varias aristas del comportamiento social, entre ellas la prostitución.

  Según algunos cronistas locales, históricamente las colonias del poniente han fungido como proveedoras de prostitutas, debido en mucho a la marginación histórica, de un siglo entero, a la que ya se hizo referencia, que no sólo estimuló dicho mal, sino que incubó otros como la violencia, la tendencia al delito y desde hace al menos tres lustros la drogadicción y el narcotráfico.

La marginación

  Para 1925, el futuro para el poniente de la ciudad parecía traer mejor cara, un porvenir dulce; pero, quizá por eso lo llaman porvenir, porque no viene nunca.

  La presunta estabilidad sólo duro un puñado de años, pues la decadencia de las industrias que dieron vida a las colonias dio un golpe duro e incontestable. Sin empleo y con un crecimiento demográfico incluso mayor en proporción al de la ciudad entera (de 1920 a 1950 Torreón pasó de 50,902 habitantes a 128,971), el poniente comenzaba su etapa más dura, pues el rezago fue permeando en cada uno de los aspectos de la vida cotidiana.

  “Lo difícil del tema de la marginación en casos como los del poniente de Torreón es que quizás las primeras dos, incluso tres generaciones de habitantes sí cumplieron sus expectativas porque eran muy básicas: tener un empleo dónde ganarse la vida y que su familia pudiera sobrevivir, pero las que siguieron han tenido mayor problema para lograrlo, pues gracias a la democratización de la televisión y la muestra constante de otros mundos, las necesidades, aspiraciones y deseos crecen, aunque se tenga el conocimiento de que no existen los recursos para acceder a tales cosas” explica Rodrigo González, sociólogo de la Universidad Iberoamericana, coordinador del Observatorio de Violencia Social y de Género de la Universidad Iberoamericana Torreón.

  Aunque con un análisis burdo, para Antonio, habitante de La Constancia desde hace 78 años (nació en el lejano 1931 en la casa que aún habita), la realidad no es tan distinta.

  “Nosotros éramos escuincles felices, muchachos sanos, pero los de ahora quieren muchas cosas que sus apás no pueden darles; se les hace fácil todo y por eso las muchachas creen que pueden andar de putas y los chiquillos tener una pistola y andar ahí matando gente y vendiendo esa droga que todos dicen” explica con la calma que dan sus años, mientras recuerda al nieto que jamás volvió tras participar en una balacera y a la nieta que vende su cuerpo en las cercanías de La Alianza.

  De acuerdo con Gerardo Zataráin, párroco del templo católico de San Joaquín, colonia donde nació y en la que lleva ya 19 años como encargado de la iglesia, el análisis es simple y llano: la concepción del poniente fue a partir de la marginación.

  “Estamos arrinconados, siempre hemos estado arrinconados en el último reducto de Torreón, en donde no hay salida de desarrollo, en donde seguiremos como hemos estado siempre; vivir atrás de las vías te margina, te aparta y prácticamente genera olvido” explica.

  ¿Ha existido un olvido sistemático por parte de las autoridades y de la ciudadanía en general?

  “Sí, por qué no decirlo, hemos estado olvidados por las autoridades; sólo recientemente se ha acercado gente del Gobierno del Estado que nos ha pavimentado algunas calles, algo que nunca ocurría, pero hasta ahí” asegura el religioso.

  Y es que aquí la visión de la legalidad y de la gobernabilidad es totalmente diferente a lo conocido por el Torreón de élite.  En el poniente las patrullas de la policía municipal no entran; al poniente no se puede acceder sin ser vigilado por las decenas de “halcones” que observan todo desde privilegiadas posiciones en los cerros; en el poniente los desconocidos no se miran a los ojos por temor a ser memorizados físicamente; en el poniente, ley es sinónimo de revólver; pero a su vez, en el poniente hay una lealtad palpable al barrio, a los amigos, a toda una tradición familiar que se empeña en no morir a pesar de la adversidad, porque aquí, malos o buenos, de un bando o del otro, no sólo les mueve el poder, sino también el sentido de pertenencia.

  “A pesar de lo que estamos viviendo, aquí también seguimos teniendo cosas valiosas, porque aquí vive gente con costumbres y maneras de ser muy arraigadas, gente luchona, que mantiene la unión familiar, gente que siente pasión por su terruño y que se ayuda entre sí” explica Zataráin.

Todos los males

  La marginación siempre ha sido el cucharón que mueve los caldos de cultivo para la multiplicación de los males sociales. Y cuando ésta marginación cumple un siglo, no hay calamidad que se le resista.

  Si entre los cincuentas y finales de los setentas del Siglo XX el poniente ya presentaba signos de violencia de toda índole, además de comenzar su transformación  de zona habitacional a sitio para negocios ilícitos como la compraventa de autopartes robadas, prostitución, venta clandestina de alcohol y fayuca, fue en los ochentas cuando se dio el siguiente paso en el mundo del hampa: la venta de droga.

  Durante tales años y hasta la fecha, familias enteras, nativas del poniente, se han dedicado a la venta de drogas al encontrarlo como un negocio altamente redituable, el cual les permite satisfacer las necesidades mundanas que el mercado les crea “a partir del bombardeo mediático” explica Rodrigo González.

  “Sé que muchos juzgan a la gente de mi barrio y los barrios vecinos, pero no entienden que no es fácil tener cosas mejores, incluso pensar que puedes tenerlas; si vives en La Durangueña, desde que eres niño te das cuenta que existe la violencia, el alcohol, la vagancia, y no hay nadie que te ayude, o que te ofrezca cosas diferentes, y eso es lo que mantiene así a nuestros muchachos, que se deslumbran fácilmente, porque nunca han tenido nada más que su propia vida y por eso mismo no la valoran y todo se les hace fácil, pero, ¿de quién es la culpa?” dice al reportero, Héctor, uno de los poquísimos oriundos de La Durangueña que terminó una carrera universitaria (todo el poniente tiene un promedio de escolaridad de 7.28 años, cuando el índice marcado por la CEPAL para que un “individuo pueda alejarse de los riesgos sociales” es de 12) y hoy tiene un trabajo estable, y, aunque tiene la opción, se niega a dejar su barrio porque “a uno le llama el lugar donde nació, aunque cada día sea más pesado vivir aquí”.

 Las perforaciones de bala que tiene la fachada de la casa de Héctor son incontables, aunque, afirman otros vecinos, “que no tiene tantas como otras”, aquellas que están en la falda del cerro, en las orillas de la Avenida Ferrocarril, en la boca del lobo.

  “Hay que preguntarse si a esta gente se le han ofrecido otras opciones, si han tenido la oportunidad de acceder a otras cosas, si conocen otro modo de vida, otra cotidianeidad que no sean estos problemas; es evidente que si no tienes opciones, tu visión del mundo se reduce y eres una víctima potencial para formar parte de las redes del crimen” afirma González.

  Zataráin posee una visión similar a la del catedrático de la Ibero, pues asegura que “aquí los muchachos no tienen opciones, crecen viviendo con toda esa mugre y con una pobreza espantosa; entonces, estos lugares son muy adecuados para que esos grupos lleguen y hagan de las suyas, porque saben que los chamacos no valoran la vida, que se les hace fácil todo y que fácilmente los convencerán”.

  Nada más cierto. Caminando por las calles del Poniente, entre La Durangueña y el Cerro de la Cruz, es común toparse con mujeres que lloran las pérdidas que la guerra del narco les ha dejado. Hijos, hermanos o esposos que no volvieron un día cualquiera, familiares, amores, que fueron consumidos por la vorágine del narco, el mal al que muchos acudieron por mera necesidad.

  “Mi hijo no era malo, era muy trabajador, pero desgraciadamente tenía deudas y se le hizo fácil vender droga y me lo mataron. ¿Qué le voy a reclamar? No puedo hacerlo porque sé que lo hizo para darle de comer a su familia” explica Lupe, ahora cabeza de una familia que tiene al padre en Estados Unidos, una hija dejada con dos críos y otra adolescente con seis meses de embarazo, además del adolescente de quince años que todos los días –cuenta- recibe invitaciones a participar en algún ilícito.

  Así se vive en el poniente de Torreón, la zona donde con los más altos índices de violencia por arma de fuego, la zona en donde el crimen y la prostitución, entre otros males sociales, se concentran y encuentran eco entre la población, que ve en ésos un escape a toda una vida de limitantes y de exclusión social a la que les han sometido históricamente, una segregación hiriente.

  La segregación no se da solamente en los lugares de residencia, todo el espacio urbano se va separando de modo que diversos grupos sociales no coincidirán nunca en su proceso de conformación social. Esto produce culturas autorreferidas, y limita la movilidad social, ya que el capital social individual y comunitario se restringe a sus propios barrios, de modo que las redes sociales que pueden proporcionar trabajo, educación, etcétera, nunca llegan lo suficientemente lejos del propio origen. La segregación pues lleva al aislamiento de amplios sectores homogéneos como es el poniente de Torreón, posibilitando subculturas relacionadas a la criminalidad, como prueban estudios hechos en Chile que muestra una correlación entre la homogeneidad de los asentamientos y las tasas de delincuencia” cita González.

  Para el sociólogo por la Universidad de Guadalajara, el empobrecimiento de la sociedad del poniente de Torreón, así como la desigualdad sufrida, “origina la violencia urbana que estamos presenciando”, así como el resto de sus males, pues no sólo se trata de cuestiones de narco o prostitución, sino arrastra hasta los condicionantes más básicos como las actividades a las que se dedica la gente que habita las colonias citadas.

  “Aquí la mayoría de la gente trabaja como informal, tienen sus puestecitos en el centro o en La Alianza, o ponen su puesto de tacos; también muchos son albañiles, algunos otros son obreros, pero cada vez es menos los que trabajan en el sector formal” explica Zataráin; en el poniente, el 45% de la población gana entre 1 y 2 salarios mínimos diarios.

  Pareciera que el nefasto panorama no tiene opciones para ir a mejor. Si se consideran las últimas estadísticas (se anexa cuadro) se puede identificar que en el Poniente la gente va extinguiéndose a la par de sus sueños, que se va empequeñeciendo conforme la marginación persiste y se recrudece.

  ¿Qué se puede hacer para mejorar esto? Se le cuestiona a Zataráin, quien no con pesar, responde sonriendo:

  “La única solución que veo es que nos llevan a todos a vivir a Las Villas… aunque creo que eso no se va a poder, así que aquí nos vamos a quedar y vamos a seguir igual, luchando día a día por sobrevivir”.

14 de marzo de 2009

Todos los Fuegos


La guerra mediática

 Desde hace casi quince días, la guerra mediática entre el Gobierno del Estado y el Ayuntamiento de Torreón se agudizó hasta rayar niveles donde, por decencia, ambas partes tendrían que limitar tanto el contenido de sus mensajes, como las inserciones en espectaculares y medios electrónicos.

  El tema central de ambas campañas es presumir la cantidad de obras que han realizado en beneficio de la sociedad torreonense; lo cuestionable, en los dos casos, es que ninguno le da crédito al otro, es decir, se manifiestan como si de una competencia se tratase, aún cuando en la mayoría de las construcciones han trabajado de la mano.

  Además, hay un dejo de cinismo y mucho de oportunismo, pues, en términos concretos, la mayoría de las obras se financiaron con recursos provenientes del Impuesto Sobre Nóminas, un  gravamen estatal, cierto, pero generado por el empresariado coahuilense, por lo que ninguno puede hablar de una gestión de recursos excelsa, ni de que éstos provienen de su formidable recaudación de impuestos locales.

  Así, mientras en la agenda local hay temas mucho más trascendentes y que mantienen inquieta a la ciudadanía (la seguridad y el desempleo, por ejemplo), los equipos de Humberto Moreira y José Ángel Pérez insisten en tratar de superarse en la arena mediática, en lugar de, como la lógica llama, hacerlo en la arena de los debates trascendentes, allí donde emanan soluciones y se tocan los tópicos sensibles para la gente.

  Y es que, ¿cómo explicarle a los laguneros de a pie que mientras ellos sufren las embestidas del agresivo entorno, sus autoridades se limitan a aplicar fuerza en bagatelas que definen quién dio más o quién ayudó menos?

 Como si de eso se tratase gobernar… 

13 de marzo de 2009

La pelea de la tensión


 No tiene la mirada que solía. La seguridad que Christian Mijares emanaba al salir ante los medios para todo el protocolo previo a sus peleas lo abandonó desde que Vic Darchinyan lo moliera a golpes y le arrebatara sus títulos en Noviembre pasado.

  El boxeador lagunero no es el mismo que solía y la corriente de opiniones que lo considera un fraude del cuadrilátero comienza a afectarle. Ayer, en una desordenada ceremonia de pesaje previa a la pelea que sostendrá hoy contra el venezolano Nehomar Cermeño, válida por el cetro Gallo interino de la Asociación Mundial de Boxeo, su rostro, aunque lo intentaba, denotaba cansancio y tensión, aún cuando sus palabras a la prensa intentaban expresar lo contrario.

  “Me siento muy bien, quizá mejor que nunca, he dado el peso sin ningún problema, por lo que ya estoy listo para enfrentar a Cermeño” dijo un titubeante Mijares, que no tuvo problema en dar los 53.500 kilogramos, al igual que su contrincante sudamericano, quien consideró que la subestimación a la que ha sido sometido puede pesarle al entorno del pugilista lagunero.

  “Siento que me han subestimado, pero quiero dejar claro que yo no vine hasta acá para ser nada más una comparsa, yo vine aquí a ganar y eso es lo que quiero; tengo muchos años en el boxeo y quiero demostrar que puedo estar en los primeros planos. Que me subestimen es un error, porque les puede salir contraproducente” explicó el venezolano.

  Por su parte, Mijares, quien fue llamado por todos “campeón” como para dejar en claro la preferencia entre los contrincantes, incluyendo a las autoridades del CMB y los promotores, reparo en la importancia de que la gente llene el Coliseo Centenario, sede del combate: “espero que la gente me apoye, porque todo esto es por la gente, es por ellos, por todos los que me han apoyado, a ellos es a quienes quiero regalarles un título más, porque se lo merecen y quiero dárselos. Va por todos” espetó.

  Tras la escueta rueda de prensa y la ansiedad palpable de Mijares, éste y su equipo salieron velozmente de la sede de pesaje para dirigirse a un restaurante donde celebraron una comida en  honor del boxeador, a la cual tuvo a bien en convidar a las autoridades del CMB, aunque no hizo lo propio con su rival, quien quedó sólo, subestimado, por todo un entorno que está presionado por una posible derrota de Mijares, lo cual significaría un golpe incontestable para su carrera.

  Hoy por la noche, comenzarán a disiparse las dudas en la pelea de la tensión.


8 de marzo de 2009

Todos los fuegos


Tercero en discordia

 Después de ser el único municipio donde perdió (y de forma contundente) en la elección de 2005, para Humberto Moreira, Torreón se convirtió en una obsesión, en un enclave a conquistar de forma obligada, tanto por el honor como por su peso político y económico.

  Aquel Septiembre de hace más de tres años, donde el PRI tuvo a Eduardo Olmos como candidato derrotado, marcó lo que sería una tensa relación entre el Gobierno del Estado y la ciudad que aún preside José Ángel Pérez Hernández, sujeto al que Moreira nunca perdonó venciera en las urnas, como si en los procesos democráticos uno pudiera tomar desquite de forma personalizada.

  Controversias constitucionales, duplicidad de funciones, olvidos sistemáticos, jugarretas y revanchismos políticos son algunos ejemplos de lo negativo que ha dejado la obcecación del gobernador por Torreón (ayudada en mucho por la incompetencia y la tendencia de Pérez Hernández a dar motivos para atacarle), aunque al día, la estrategia ha dado un giro substancial.

  De un tiempo a esta parte, los hermanos Moreira han evitado chocar con Pérez Hernández, quien ya no funge como rival, enfocándose a decidir quién será su candidato a la alcaldía.

  De inicio, parecían tener sólo dos opciones: Eduardo Olmos y Antonio Juan Marcos, con quienes, hasta hace poco, el gobernador y Rubén, su hermano, estaban seguros que arrasarían la elección, sin importar si el ungido era “Lalo” o “Toño”.

  Pero, tras el análisis reciente de la plaza y con la sombra de Carlos Bracho (de los pocos panistas independientes queridos en La Laguna) asomando amenazante desde la acera panista, todo indica que los Moreira ya piensan en sumar a un tercero a la carrera.

  Y es que Olmos no acaba de cuajar en algunos de los bastiones tricolores y los indecisos lo miran con recelo, mientras que Juan Marcos, a juicio de la mayoría, no pasa de ser un junior con una trayectoria mediocre y ladina.

  Así, Salvador Hernández Vélez, quizá el político más serio en el seno del PRI torreonense, tiene amplias chances de ser quien aparezca en la boleta si al final ni Eduardo ni Antonio convencen a sus jefes.

  Hernández Vélez, actual diputado local y presidente del comité municipal de su partido en Torreón, guarda estrecha relación con Rubén Moreira, además de ostentar un amplio conocimiento de la ciudad y fuertes redes de apoyo, por lo que no sería ningún improvisado.

  Y, con un tercero en discordia, lo que ya era un duelo agresivo entre Lalo y Toño, ganará en calor y en agresividad, aspecto que, por bien del electorado, ojalá fomente las propuestas, el debate y haga del turbio proceso que lleva el PRI uno más transparente, justo y equitativo, y que no únicamente dependa del deseo expreso del mandatario estatal.