21 de febrero de 2010

Ciudad Inteligente



They don't advertise for killers in the newspaper" sentencia un abrumado Decker en la emblemática película Blade Runner, en la que funge como replicante, un asesino de androides rebeldes, creados por los humanos para realizar las tareas que éstos despreciaban.

En el filme dirigido por Ridley Scott, se detalla el futuro posible para la especie humana y el mundo conocido, en lo que podríamos llamar “ciudades inteligentes”. La ochentera peli habla del 2019 como la fecha crítica. Y hoy, en pleno 2010 parece que los visos de las “ciudades inteligentes” comienzan a aparecer en la vida real, fuera de las pantallas del séptimo arte.

Por ejemplo, en Torreón, el Ayuntamiento presidido por Eduardo Olmos ha decidido dar vida al proyecto de conectividad a toda la ciudad, es decir, que en cada rincón de ésta se tenga acceso a Internet de forma gratuita; es su forma de convertirla en una “ciudad inteligente”.

Con tal política pública, la llamada “perla de La Laguna” estaría al nivel de Venecia, Italia, Toronto, Canadá, o Sunderland, Inglaterra, ganadoras de premios internacionales para la digitalización.

Llamativo, sin duda, pero también colmena de dudas, de suspicacias, hasta de desdenes, pues considerando el bajo índice de computadoras por cada mil habitantes en México (186 por cada mil), estaríamos hablando de que, de acuerdo a las cifras oficiales de población, el programa cubriría a poco más de 3200 máquinas en Torreón, una bicoca para un presupuesto que tendrá que rondar en varios millones de pesos.

Sería bueno que, antes de pensar en alcanzar el título de “ciudad inteligente”, las autoridades de Torreón pensaran que el primer indicio de agudeza mental estriba en ser eficiente y en priorizar las limitantes.

Acabar con las escuelas de lámina, o con las que ni siquiera cuentan con un pizarrón digno, sería un buen primer paso, al menos hasta que el porcentaje de beneficiados del Internet gratuito alcance mayores niveles.

Y si el futurismo se antoja, como panacea, que el alcalde y sus subordinados se renten Blade Runner.

14 de febrero de 2010

Examen de conciencia

La masacre perpetrada por un grupo armado en el Bar Ferrie de Torreón, hace ya dos semanas, caló hondo en la sociedad lagunera. Y es que, el adentrarse a una realidad tan drásticamente, el arrancarse el velo con manos espinosas, duele y confunde.

Atestiguar balaceras, asesinatos de sicarios y puchadores, ver convoyes militares desfilar cual 21 de Marzo en honor a la Primavera, son asuntos de alguna manera tolerables, que si bien alarman, no representan una afrenta directa en contra de la población.

Pero, saber que en la guerra entre las autoridades y el narcotráfico ya no se hace distingo entre simples civiles y cualquier de los dos bandos en pugna, más que alarmar, espanta, pues las herramientas con que cuenta la sociedad para responder a la agresiones sencillamente no existen.

Sin nadie que le escuche, ni refugio para la tormenta, el pueblo sólo se tiene a sí misma para enfrentar este tiempo de lobos; desafortunadamente, ni siquiera los ríos de sangre han servido para empequeñecer al egoísmo rampante que impera en él.

Egoísmo que no evita el espanto personal, la urgencia porque la violencia se esfume de su región, pero que no ayuda a buscar soluciones para acabar con la brutal desigualdad entre sus diferentes sectores, que continúa soportando que la economía enriquezca a unos cuantos y situé en el borde de la miseria a la mayoría.

La Laguna jamás ha hecho un examen de conciencia para saber qué tanto han tenido qué ver los condicionantes generados históricamente en la violencia que hoy día sufre. Porque queda claro que la actualidad lacera, pero el caldo de cultivo ha sido cocinado con décadas de injusticia, a manos de los mismos que hoy claman paz.

7 de febrero de 2010

Vivir el miedo



El fin de semana pasado en Torreón resultó atípico. Los que hasta hace unos días eran antros bulliciosos, cavernas para beber y ligar, pasaron a simples construcciones de puertas cerradas y música de grillos.

Solas, muy solas estuvieron las calles de la ciudad, pues, salvo algunos que no tuvieron más opción que salir, únicamente pudieron verse los convoyes de soldados y policías federales empuñando sus fusiles de película, con el gesto adusto, tediosos, tensos.

Nunca antes Torreón había vivido tan de cerca el miedo, jamás lo había emanado de cada poro. Fue simple: sus habitantes aceptamos el condicionante y, sencillamente, acatamos la vinculante decisión de las autoridades y dueños de los bares y restaurantes.

Y que lo hayamos hecho en realidad sorprende. Los torreonenses no solemos ser precisamente ciudadanos que gustemos de reglamentos e indicaciones, por el contrario, presentamos una tendencia al chisteo incesante, a la queja recurrente, a la anarquía simplista.

Pero, la pregunta es ¿cuánto durará el miedo? ¿Cuántos fines de semana más militares y federales animarán el paisaje?

Hasta para tener miedo somos novedosos, nos dejamos llevar por la moda. Ya superada la prueba de un fin de semana relativamente tranquilo, y si se le suman otros, doy por hecho que olvidaremos el temor de caer acribillados al ir a beber cerveza en algún bar de moda.

Y es que, mientras el accionar de la sociedad para combatir al narcotráfico se limite responder al temor, si no escudriña en sus vicios y errores internos y exclusivamente se va al rincón más seguro de su casa a mirarse el ombligo, sin actuar en consecuencia de la realidad, o siquiera discutirla, con perdón, pero seguiremos fritos, con la moda del miedo a cuestas, como si se tratase de colecciones de ropa de diseñadores metrosexuales.

1 de febrero de 2010

La ciudad y las balas


Cuando el luto invade a las letras, al escritor le cuesta hilar las frases, se le torna arduo dar con la palabra precisa, el verbo adecuado, el ritmo trascendente.

Pero lo dicho son minucias si se comparan con el dolor y la indignación que toda una ciudad porta tras atestiguar masacres como las de la madrugada del domingo en Torreón.

Números más, números menos, lo cierto es que seguimos apilando los cadáveres, continuamos siendo testigos mudos de la barbarie que las células de los dos cárteles que disputan la plaza arman en sus afanes de sumar muertos a sus récords, en su labor de tachar nombres de listas interminables.

El asunto me supera, nos supera, pues los habitantes de La Laguna debemos aceptar que estamos solos, en el más cruel desamparo. Y eso hiere, pues que la cotidianeidad se vista de incertidumbre no se le desea a nadie.

Claro queda que las autoridades locales se han auto marginado desde hace un buen tiempo, mientras que las federales, incluyendo al ejército, no terminan por brindar una perspectiva de confianza, orillándonos a modificar nuestro estilo de vida, ya de por sí acotado por la escasez de opciones.

Vamos, nuestro estado de indefensión es tal, que ni siquiera los medios de comunicación realizan su función de informar sobre lo que ocurre en el entorno, de brindar una perspectiva clara que permita minimizar los riesgos.

No somos Ciudad Juárez, cierto es. El clima de violencia no es tan extremo como en la frontera, pero para una región conservadora, lenta en sus procesos sociales, experiencias como las del fin de semana laceran profundamente.

Lo más grave, quizá, es que tampoco somos Salvador Cabañas, por lo que, como la propia Juárez, Culiacán, y tantos otros lugares del país, no mereceremos palabras de aliento y preocupación por parte de Felipe Calderón, ni tendremos encima el robusto aparato de las televisoras.

Quizá piensen que sólo se trata de otros muertos, algunos más de los miles de una guerra que siembra tantas dudas como casquillos en las aceras.

24 de enero de 2010

Cuestión de Cultura


Con la llegada de Eduardo Olmos a la alcaldía de Torreón, la oleada de halagos y críticas no se ha hecho esperar, sobremanera a causa de las enormes expectativas que el cambio en el poder generó.

Y no es para menos, pues la carretada de promesas y compromisos que el novel alcalde realizó en campaña no permiten vacilaciones, máxime cuando las necesidades de la ciudadanía son profundas y múltiples.

Harán bien los torreonenses en exigir resultados prontos y no dejar espacio a la excusa fácil por parte de Olmos y compañía, pero también, definirse y reconocerse como ciudadanos, no desde el contexto, sino desde la definición y todas sus implicaciones.

Y comento esto porque cuesta comprender, cómo, en una ciudad que se auto determina como progresista y moderna, se observan en las afueras de la oficina del alcalde decenas de personas que diariamente exigen entrevistarse personalmente con el mandatario, la mayoría con necesidades que no le corresponden satisfacer a éste, incluyendo, obviamente, apoyos para las fiestas de la patrona del pueblo o el baile del Amor y la Amistad de una secundaria.

Los habitantes de Torreón tendrán que madurar en su actividad como ciudadanos, vislumbrar sus obligaciones y derechos, si pretenden sentar las bases para cumplir con una de las principales premisas del estudio de la ciencia política: que el pueblo detente el poder y que el gobierno lo ejerza.

Si se continúa por la misma senda, los gobernantes, incluyendo a Olmos o cualquiera que lo suceda, se mantendrán como profesionales del mesianismo, que resuelve problemas o cubre requerimientos por el mero gusto de hacerlo, y no porque exista detrás de las decisiones una estrategia definida y consensuada.

Mientras, la ciudadanía continuará a expensas de los criterios subjetivos de sus representantes, y su participación seguirá limitándose a votar en las elecciones, para desaparecer después del ejercicio de gobierno.

Cuestión de cultura.

16 de enero de 2010

¿Algún plan, amigos?


Cuando, en el ya lejano 2005, Jorge Zermeño y el resto de líderes de Acción Nacional masticaban la derrota del ahora embajador ante Humberto Moreira, les quedó un consuelo: Torreón permanecía en manos panistas, en las de José Ángel Pérez Hernández.

Sobra decir que el bálsamo tardó poco en convertirse en el peor lastre del blanquiazul, a tal grado que hasta los miembros más connotados del partido anhelaban el fin de la administración de Pérez Hernández, sabedores que el daño realizado a la ciudad y a su institución política se presentaría casi como irreversible.

Y fue tal la obsesión por el gobierno de José Ángel, que los blanquiazules olvidaron trabajar de cara a las elecciones que elegirían al nuevo alcalde, soslayo que el mismo Moreira, cuatro años más tarde del descalabro primigenio, aprovechó para llevarse el único triunfo que le faltaba en las elecciones estatales.

De tal forma que, al día, el gobernador prácticamente ha dejado a los panistas divididos, dispersos y debilitados hasta rayar en lo indecible; de ahí que, con la torpeza inherente a la desesperación, Guillermo Anaya y Jesús de León comenzaran en días pasados a cuestionar los programas sociales del gobierno estatal.

Puede que sus acusaciones resulten verídicas, pero su plan de regreso, de recuperación, de subsistencia, tendrá que hacerse mucho más agresivo, más planeado desde la neurona que desde la víscera.

Que lo hagan de tal forma resulta fundamental no sólo para el futuro panista, sino también para que Torreón cuente con una oposición más o menos organizada, que pueda contrarrestar, de alguna forma, el monopolio del poder que ostenta hoy el gobernador.

De ahí la pregunta a los panistas. ¿Algún otro plan?

10 de enero de 2010

Mordaza y pelos de punta


Los medios de comunicación laguneros están con los pelos de punta, dudosos y temerosos del futuro próximo. Y es que, sin previo aviso, las autoridades de Torreón decidieron que el único funcionario posibilitado para declarar ante los reporteros será Miguel Mery Ayup, secretario del Ayuntamiento.

Y el erizamiento de los pelos se debe a que la mina de notas de relleno que a los periodistas les fascina explotar, ha sido clausurada, lo que pone en entredicho la certeza de que las planas de los periódicos y el tiempo al aire de los noticieros puedan cubrirse cabalmente. Sin “notas” de declaraciones intrascendentes y muchas veces absurdas, habrá qué ver…

A tal acción, los heridos medios, le han llamado “Ley Mordaza”, un mote inadecuado porque un mandato proveniente de la alcaldía a sus subordinados no es, ni de lejos, una ley, sino sencillamente una política de comunicación interna, la cual, guste o no, se maneja a criterio.

Seguramente, el alcalde Eduardo Olmos, asesorado desde Palacio Rosa, le ha negado la aparición en medios a sus trabajadores por dos motivos: el primero, para que los reflectores se centren en su persona, y el segundo, para que el tepache no se riegue. Y en su derecho está.

Con esto, debe aceptarse que lo discutible, o, mejor dicho, los temas que deberían desprenderse en la presente coyuntura son mucho más trascendentes que los caprichos mediáticos: la transparencia y el profesionalismo tanto del gremio periodístico como de los gobiernos en el área de comunicación.

En lugar de criticar una decisión interna, los medios podrían encabezar un movimiento de refundación del acceso a la información pública municipal, lo que determinaría un mayor apego por la investigación y no sólo adaptarse a la búsqueda de declaraciones constantemente inocuas. De lograrlo, los beneficios serían mayúsculos.

En cuanto a la autoridad, si además de evitar que los funcionarios otorguen entrevistas, arma una estructura de acercamiento, rendición de cuentas y ruedas de prensa en tiempo y forma, como ocurre en el primer mundo, estaremos como ciudad, dando un paso gigante hacia el deber ser de la relación sociedad – gobierno.

Aunque, claro, primero ambos tendrán que quitarse encima su velo de obnubilación.

3 de enero de 2010

tolerables e intolerables


El pasado sábado, Humberto Moreira y Eduardo Olmos, gobernador de Coahuila y alcalde de Torreón respectivamente, dieron el banderazo al “rescate urbano” de la ciudad, el cual consistirá en recarpeteo, rehabilitación de camellones e instalación de plantas, pintura y demás acciones de hermosamiento.

300 millones de pesos en total será la inversión para tales fines, procediendo los recursos en 100% de las arcas estatales, es decir, al Ayuntamiento sólo le tocará gozar de los beneficios, en un claro apapacho a Olmos por parte de Moreira, que, como todos, sobreentiende que el “rescate” es la punta de lanza para demostrar lo bien que le irá a Torreón bajo el cobijo de ambos políticos.

La noticia de tales acciones no deja de ser buena para todos los torreonenses, pues existía una necesidad imperante de hacer algo por la imagen pública del municipio, aunque eso no evita que surjan preguntas sobre el actuar del gobernador y el propio Olmos.

Sobretodo una profunda y simple. ¿Por qué hasta hoy? ¿Qué no se supone que el gobierno estatal trabaja sin ver colores partidistas, ni diferenciar entre tolerables e intolerables?

La actitud y, más que nada, el accionar de Moreira y Olmos deja entrever dos cosas: el gran interés por “hacerse” (políticamente) de Torreón, y que dentro del omipoder que ostenta el PRI en Coahuila, pesan, y mucho, las vísceras del mandatario.

Por bien de la ciudad, más vale entonces que Olmos se alinee y no pase de consentido a intolerable. En sus movimientos va el futuro próximo de Torreón.