2 de agosto de 2009

Y la tierra es para...


Hace veinte años, cuando el TLCAN se nos vendía como la panacea para nuestros múltiples males, como el paso definitivo para integrarnos al primer mundo, los hacedores de políticas públicas de entonces (rígidos tecnócratas) ideaban a la vez programas de subsidio que, en su momento, disminuyeran las diferencias en el acceso a los recursos públicos entre los campesinos mexicanos y los norteamericanos.

Así surgió, entre otros, el Procampo, el cual contaba con buena teoría, pero con un pésimo aparato de aplicación, pues, además de la limitante económica (comparándolo con los subsidios gringos y canadienses), sufría el añadido de la corrupción atroz.

Terriblemente para todos, luego de dos décadas de existencia, comprobamos que nada ha cambiado y que muchos políticos grises continúan aprovechando los programas sociales para presumir en el campo los éxitos que no tienen en el ejercicio de su oficio.

Entre los nombres que Vanguardia tuvo bien a publicar (y que, en un caso más para la suspicacia, en los medios laguneros pasaron desapercibidos) destacan varios laguneros, entre ellos Héctor y Braulio Fernández Aguirre. El primero, diputado federal electo, el segundo, ex alcalde de Torreón y homónimo de su padre, ex gobernador de Coahuila, de quien la sociedad guarda grato recuerdo. Entre ambos, se han llevado más de cuatro millones de pesos del programa federal.

Muchos dirán que nada de ilegal hay en que los miembros de la lista se hayan beneficiado del Procampo. Y, es verdad, no existe delito, pero sí faltas a la ética e, incluso, a la moral, a los valores de justicia y equidad a los que tendríamos que someternos todos, por igual.

Cuesta entender bajo qué criterios accedieron los personajes citados a los beneficios del Procampo, pero más arduo resulta comprender y aceptar que, mientras la gente que nos alimenta y trabaja la tierra día y noche sigue viviendo en la miseria, sudando sangre para obtener una cosecha redituable, aquellos que tienen nexos con los tomadores de decisiones se vuelven, por arte de magia (o del recurso público) exitosos campesinos, aunque parezcan más latifundistas que verdaderos expertos en las labores del campo.

En el país de los absurdos, la tierra no es de quien la trabaja, sino de quien aprovecha mejor sus relaciones.

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