13 de agosto de 2009

El omnipotente


Como a todos los que guardamos interés en el fútbol, me alegró la victoria de México ante Estados Unidos. Justo en este espacio comenté de la trascendencia que tenía el cotejo para el futuro para el balompié local, por lo que el 2-1 dio respiro a muchas almas.

Aunque, para no variar, fuimos testigos, nuevamente, del engaño en el que, por sistema, intentan hacernos caer los consorcios mediáticos. Desde el silbatazo final, la bestia televisiva se abalanzó feroz en contra de nuestras adormiladas conciencias, haciéndonos creer que ganarle a los yanquis era, por ley natural, la nota principal, aquella que debía permear en cada rincón del país.

Vendieron la idea de que el miércoles era un día de fiesta, algo único, irrepetible, histórico. Subliminalmente, los noticiarios nos concedieron permiso para no enrollarnos con los problemas públicos, total que la crisis económica va y viene, y cada semana la Suprema Corte ordena liberar campesinos indígenas luego de una década en la cárcel.

Lo más triste estriba en que el montaje continúa funcionándoles, pues no alcanzamos aún como sociedad a diferenciar los asuntos públicos de los privados, lo legítimo de lo legal, lo sentimental de lo material.

El fútbol guarda su importancia, sí, pero ésta no debe ir más allá de un simple gozo deportivo, imposible de relacionarse con los temas que como sociedad tenemos pendientes, incluso en materia histórica.

Basta de que nos vendan y compremos el fútbol como un ente omnipotente, que escose todas las heridas y se vuelve panacea universal. Con toda la afición que podamos profesarle, no deja de ser el destino de un balón en pies de veintidós sujetos.

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