2 de abril de 2009

Adiós, Sven


  Que Sven Goran Eriksson fracasara en la Selección Mexicana de fútbol no debe asombrar a nadie; finalmente, el técnico sueco aceptó en su momento la oferta de los federativos aztecas porque ningún equipo de mediana calidad le ofreció un contrato decente para quedarse en Europa, de ahí que de primera instancia su deseo jamás lo llevó a plantearse cambiarse al otro lado del mundo para continuar con su carrera de entrenador.

  Después de sus chascos en la Selección de Inglaterra y el Manchester City, el caché del escandinavo bajó considerablemente en el Viejo Continente, por lo que, después de analizar la propuesta, vio en nuestro país el lugar perfecto para renacer, pues sumaría varios ceros a sus cuentas bancarias y viviría tranquilo en un sitio donde el concepto de competitividad jamás ha quedado claro y, mucho menos, se ha convertido en verbo.

  Ya se veía Eriksson como el artífice de la época dorada del Tri, como el sucesor de los vikingos que llegaran hace más de quinientos años a nuestras tierras; y para ello tenía su pasado, sus títulos y una imagen de docente universitario de elite que siempre le ayudó para seducir a la prensa y a sus enemigos.

  Pero, para su infortunio, lo que rodea al fútbol mexicano no son mariachis, ni buena comida, ni siquiera formalidad, sino toda una carga inexplicable de podredumbre e intereses tan funestos como desvergonzados, presentes por igual en jugadores, dirigentes e, incluso, aficionados.

  Finalmente, Sven no pudo con el entorno, jamás comprendió que más que un entrenador, la  selección requiere un titiritero que pueda maniobrar con todas las partes involucradas tanto dentro como fuera de la cancha, algo impensado para su idiosincrasia, una donde sí se respetan los procesos y la búsqueda de la generalidad es el bien común, otro concepto ausente en nuestro entorno.

  Por ello es que, reitero, su cese no debe causar sorpresa, pues se veía venir desde el mismo día en que su sonrisa fue desapareciendo a la par de que las excusas y las dudas no esclarecidas emanaban pestilentes en cada rincón.

  

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