19 de abril de 2009

"El Chapo" en Durango


El viernes pasado, el arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, declaró ante los medios de comunicación que Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como “El Chapo”, vive “adelante de Guanaceví”, lo que le trajo severas críticas, invitaciones de la PGR para que denuncie con pruebas y toda la parafernalia mediática nacional tras de sí.

  Como conocedor de las tierras duranguenses, puedo asegurar que la sorpresa que causaron las palabras del religioso en el entramado nacional no permeó en este estado, pues muchos de sus habitantes conocen de buena fuente que la sentencia pudo concebirse con la verdad.

  Los duranguenses serranos tienen conocimientos suficientes que los extensos territorios del Durango con montañas han sido, por años, los predilectos de Guzmán Loera para establecerse o, al menos, pasar algunas temporadas. Así lo han documentado varios medios de comunicación, incluyendo la revista Proceso.

  Lo curioso del asunto, y en el que pocos reparan, es que González Martínez, como ya aclaró en su comunicado dominical, sólo tomó la voz del pópulo (de la plaza pública dirían los politólogos serios), que constantemente abordan la presunta presencia de “El Chapo”, para comentarlo con la prensa; es decir, no dijo nada que resulte extraordinario por aquellos lares.

  Entonces, las preguntas llegan. Una por ejemplo, la más recurrente: ¿cuál es el pecado del arzobispo?

  Supongo que incomodar con sus palabras a la PGR, descubrir, sin desearlo, el absoluto desapego por lo que se narra y vive en las calles de nuestro país, ahí donde, lejos de escritorios y series de detectives gringos, se viven tragedias y se tiene a flor de piel el temor, el ansia y la rabia por no ver mejoras en el entorno.

  Antes de acribillar al arzobispo, tendríamos qué hacer un examen de conciencia para en qué hemos fallado y a quiénes hemos abandonado, a quiénes, con un afán de egoísmo brutal, hemos dejado de escuchar.

 

 

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