24 de enero de 2010

Cuestión de Cultura


Con la llegada de Eduardo Olmos a la alcaldía de Torreón, la oleada de halagos y críticas no se ha hecho esperar, sobremanera a causa de las enormes expectativas que el cambio en el poder generó.

Y no es para menos, pues la carretada de promesas y compromisos que el novel alcalde realizó en campaña no permiten vacilaciones, máxime cuando las necesidades de la ciudadanía son profundas y múltiples.

Harán bien los torreonenses en exigir resultados prontos y no dejar espacio a la excusa fácil por parte de Olmos y compañía, pero también, definirse y reconocerse como ciudadanos, no desde el contexto, sino desde la definición y todas sus implicaciones.

Y comento esto porque cuesta comprender, cómo, en una ciudad que se auto determina como progresista y moderna, se observan en las afueras de la oficina del alcalde decenas de personas que diariamente exigen entrevistarse personalmente con el mandatario, la mayoría con necesidades que no le corresponden satisfacer a éste, incluyendo, obviamente, apoyos para las fiestas de la patrona del pueblo o el baile del Amor y la Amistad de una secundaria.

Los habitantes de Torreón tendrán que madurar en su actividad como ciudadanos, vislumbrar sus obligaciones y derechos, si pretenden sentar las bases para cumplir con una de las principales premisas del estudio de la ciencia política: que el pueblo detente el poder y que el gobierno lo ejerza.

Si se continúa por la misma senda, los gobernantes, incluyendo a Olmos o cualquiera que lo suceda, se mantendrán como profesionales del mesianismo, que resuelve problemas o cubre requerimientos por el mero gusto de hacerlo, y no porque exista detrás de las decisiones una estrategia definida y consensuada.

Mientras, la ciudadanía continuará a expensas de los criterios subjetivos de sus representantes, y su participación seguirá limitándose a votar en las elecciones, para desaparecer después del ejercicio de gobierno.

Cuestión de cultura.

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