19 de noviembre de 2009

La larga sombra de Fidel


Elegir a los personajes que trascendieron durante el Siglo XX y que permanecen vivos en el XXI, no es tarea sencilla, más aún cuando algunos que tendrían que estar (Mailer, Kubrick, Kapuscinski o Coetzee, por citar algunos), murieron en la última década, llevándose consigo buena parte de la historia conocida.

Pero, aún así, quedan suficientes nombres para armar una lista brillante, de carácter votivo. Un listado de sujetos convidados a una fiesta en la cual no faltaría nada, pues, además de bebidas, tendríamos música y charlas interminables, de las que escosen heridas y reconcilian con el mundo.

En el escenario, improvisando melodías, Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat comandarían a Tom Waits, Bob Dylan, Paul McCartney y Roger Waters, quienes darían pie a un Plácido Domingo embriagado de las palabras de José Saramago y y Gabriel García Márquez, abocados en elogiar la mirada torva de Elfriede Jelinek.

Entretanto, en una mesa en el fondo, Nelson Mandela, Lech Walesa y Felipe González, escucharían con atención a un Mijail Gorbachov emocionado por ver reunidos y compartiendo tragos a Diego Maradona, Pelé y Alfredo Distéfano, que olvidarían el inocuo debate sobre quién es el mejor futbolista de la historia.

Mientras, en otro rincón, lejos del barullo, Roman Polansky, Martin Scorsese y Oliver Stone, intentarían explicarle a Bill Gates cómo el cine es una ventana de libertad al mundo cotidiano, aunque, seguramente el genio se decantaría por intentar responderse cómo un monstruo deportivo como Casius Clay, flanqueado en un sillón por Pete Sampras y Bjorn Borg, terminó invadido por el Parkinson.

La fiesta imperdible, de escasas invitaciones. Un convivio donde sólo uno podía ser el anfitrión: Fidel Castro, el rey de los acreedores, pues si la historia le adeuda la oportunidad de reivindicarse, millones de seres humanos le debemos la posibilidad de decidir cómo vivir, a pesar de que la vorágine capitalista se obstine en guiarnos.

Inútil sería negar que la sombra del Comandante Castro no habita cada rincón de nuestro entorno. Guste o no, aún con su lenta agonía, Fidel ha logrado mantener, a base de un riguroso estoicismo, su perfil heroico. Ya Norman Mailer se lo dijo en una carta abierta en 1961: “usted nos dio a todos los que estamos solos en este país, y que en general no halamos entre nosotros, la sensación de que aún quedan héroes en el mundo”.

El carácter revolucionario de Fidel nos ha permitido mantener el espíritu primigenio de la libertad, aquel que nos indica que no pertenecemos a nadie más que a nuestros actos y que de nosotros depende que el mundo pare en buen puerto, uno donde la producción en serie y el tecnicismo no sean la ruta infalible al éxito.

Uno donde el pensamiento supere a la fuerza, donde los bienes de producción no sólo fabriquen mercancías de valor agregado, sino también construyan páramos donde valga más un beso profundo que cualquier moneda primermundista.

En pleno Siglo XXI la sombra de Fidel se agiganta con el tiempo, lo mismo que el aporte de Etcétera en el mundo mediático nacional.

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