24 de enero de 2010

Cuestión de Cultura


Con la llegada de Eduardo Olmos a la alcaldía de Torreón, la oleada de halagos y críticas no se ha hecho esperar, sobremanera a causa de las enormes expectativas que el cambio en el poder generó.

Y no es para menos, pues la carretada de promesas y compromisos que el novel alcalde realizó en campaña no permiten vacilaciones, máxime cuando las necesidades de la ciudadanía son profundas y múltiples.

Harán bien los torreonenses en exigir resultados prontos y no dejar espacio a la excusa fácil por parte de Olmos y compañía, pero también, definirse y reconocerse como ciudadanos, no desde el contexto, sino desde la definición y todas sus implicaciones.

Y comento esto porque cuesta comprender, cómo, en una ciudad que se auto determina como progresista y moderna, se observan en las afueras de la oficina del alcalde decenas de personas que diariamente exigen entrevistarse personalmente con el mandatario, la mayoría con necesidades que no le corresponden satisfacer a éste, incluyendo, obviamente, apoyos para las fiestas de la patrona del pueblo o el baile del Amor y la Amistad de una secundaria.

Los habitantes de Torreón tendrán que madurar en su actividad como ciudadanos, vislumbrar sus obligaciones y derechos, si pretenden sentar las bases para cumplir con una de las principales premisas del estudio de la ciencia política: que el pueblo detente el poder y que el gobierno lo ejerza.

Si se continúa por la misma senda, los gobernantes, incluyendo a Olmos o cualquiera que lo suceda, se mantendrán como profesionales del mesianismo, que resuelve problemas o cubre requerimientos por el mero gusto de hacerlo, y no porque exista detrás de las decisiones una estrategia definida y consensuada.

Mientras, la ciudadanía continuará a expensas de los criterios subjetivos de sus representantes, y su participación seguirá limitándose a votar en las elecciones, para desaparecer después del ejercicio de gobierno.

Cuestión de cultura.

16 de enero de 2010

¿Algún plan, amigos?


Cuando, en el ya lejano 2005, Jorge Zermeño y el resto de líderes de Acción Nacional masticaban la derrota del ahora embajador ante Humberto Moreira, les quedó un consuelo: Torreón permanecía en manos panistas, en las de José Ángel Pérez Hernández.

Sobra decir que el bálsamo tardó poco en convertirse en el peor lastre del blanquiazul, a tal grado que hasta los miembros más connotados del partido anhelaban el fin de la administración de Pérez Hernández, sabedores que el daño realizado a la ciudad y a su institución política se presentaría casi como irreversible.

Y fue tal la obsesión por el gobierno de José Ángel, que los blanquiazules olvidaron trabajar de cara a las elecciones que elegirían al nuevo alcalde, soslayo que el mismo Moreira, cuatro años más tarde del descalabro primigenio, aprovechó para llevarse el único triunfo que le faltaba en las elecciones estatales.

De tal forma que, al día, el gobernador prácticamente ha dejado a los panistas divididos, dispersos y debilitados hasta rayar en lo indecible; de ahí que, con la torpeza inherente a la desesperación, Guillermo Anaya y Jesús de León comenzaran en días pasados a cuestionar los programas sociales del gobierno estatal.

Puede que sus acusaciones resulten verídicas, pero su plan de regreso, de recuperación, de subsistencia, tendrá que hacerse mucho más agresivo, más planeado desde la neurona que desde la víscera.

Que lo hagan de tal forma resulta fundamental no sólo para el futuro panista, sino también para que Torreón cuente con una oposición más o menos organizada, que pueda contrarrestar, de alguna forma, el monopolio del poder que ostenta hoy el gobernador.

De ahí la pregunta a los panistas. ¿Algún otro plan?

10 de enero de 2010

Mordaza y pelos de punta


Los medios de comunicación laguneros están con los pelos de punta, dudosos y temerosos del futuro próximo. Y es que, sin previo aviso, las autoridades de Torreón decidieron que el único funcionario posibilitado para declarar ante los reporteros será Miguel Mery Ayup, secretario del Ayuntamiento.

Y el erizamiento de los pelos se debe a que la mina de notas de relleno que a los periodistas les fascina explotar, ha sido clausurada, lo que pone en entredicho la certeza de que las planas de los periódicos y el tiempo al aire de los noticieros puedan cubrirse cabalmente. Sin “notas” de declaraciones intrascendentes y muchas veces absurdas, habrá qué ver…

A tal acción, los heridos medios, le han llamado “Ley Mordaza”, un mote inadecuado porque un mandato proveniente de la alcaldía a sus subordinados no es, ni de lejos, una ley, sino sencillamente una política de comunicación interna, la cual, guste o no, se maneja a criterio.

Seguramente, el alcalde Eduardo Olmos, asesorado desde Palacio Rosa, le ha negado la aparición en medios a sus trabajadores por dos motivos: el primero, para que los reflectores se centren en su persona, y el segundo, para que el tepache no se riegue. Y en su derecho está.

Con esto, debe aceptarse que lo discutible, o, mejor dicho, los temas que deberían desprenderse en la presente coyuntura son mucho más trascendentes que los caprichos mediáticos: la transparencia y el profesionalismo tanto del gremio periodístico como de los gobiernos en el área de comunicación.

En lugar de criticar una decisión interna, los medios podrían encabezar un movimiento de refundación del acceso a la información pública municipal, lo que determinaría un mayor apego por la investigación y no sólo adaptarse a la búsqueda de declaraciones constantemente inocuas. De lograrlo, los beneficios serían mayúsculos.

En cuanto a la autoridad, si además de evitar que los funcionarios otorguen entrevistas, arma una estructura de acercamiento, rendición de cuentas y ruedas de prensa en tiempo y forma, como ocurre en el primer mundo, estaremos como ciudad, dando un paso gigante hacia el deber ser de la relación sociedad – gobierno.

Aunque, claro, primero ambos tendrán que quitarse encima su velo de obnubilación.

3 de enero de 2010

tolerables e intolerables


El pasado sábado, Humberto Moreira y Eduardo Olmos, gobernador de Coahuila y alcalde de Torreón respectivamente, dieron el banderazo al “rescate urbano” de la ciudad, el cual consistirá en recarpeteo, rehabilitación de camellones e instalación de plantas, pintura y demás acciones de hermosamiento.

300 millones de pesos en total será la inversión para tales fines, procediendo los recursos en 100% de las arcas estatales, es decir, al Ayuntamiento sólo le tocará gozar de los beneficios, en un claro apapacho a Olmos por parte de Moreira, que, como todos, sobreentiende que el “rescate” es la punta de lanza para demostrar lo bien que le irá a Torreón bajo el cobijo de ambos políticos.

La noticia de tales acciones no deja de ser buena para todos los torreonenses, pues existía una necesidad imperante de hacer algo por la imagen pública del municipio, aunque eso no evita que surjan preguntas sobre el actuar del gobernador y el propio Olmos.

Sobretodo una profunda y simple. ¿Por qué hasta hoy? ¿Qué no se supone que el gobierno estatal trabaja sin ver colores partidistas, ni diferenciar entre tolerables e intolerables?

La actitud y, más que nada, el accionar de Moreira y Olmos deja entrever dos cosas: el gran interés por “hacerse” (políticamente) de Torreón, y que dentro del omipoder que ostenta el PRI en Coahuila, pesan, y mucho, las vísceras del mandatario.

Por bien de la ciudad, más vale entonces que Olmos se alinee y no pase de consentido a intolerable. En sus movimientos va el futuro próximo de Torreón.