28 de junio de 2009

Los militares y el poder


El fin de semana pasado, Honduras vivió el primer golpe de estado visto en Latinoamérica durante presente siglo. Para no variar la turbulenta historia latina en tales aristas, la milicia fue la responsable de arrebatarle el poder a Manuel Zelaya, a quien deportaron a Costa Rica con el apoyo del Congreso local.

Duras noticias llegan desde Tegucigalpa. La capital centroamericana se encuentra sumida en una profunda inestabilidad social, pues buena parte de los civiles se pronunciaron en contra del movimiento castrense y a favor de la restitución de Zelaya.

Le espera entonces a Honduras un tiempo de lobos, de divisionismo y, probablemente, de sangre, pues si los ánimos se mantienen caldeados, será el propio ejército golpista el que intente imponer el orden con lo único que tiene a disposición plena: el monopolio de la fuerza.

En asuntos como los descritos radica el riesgo de tejerle al ejército una manga tan ancha, mucho más en sistemas que, por cuestiones anacrónicas, terminan siendo laxos en la vigilancia de sus fuerzas bélicas. Ocurrió en varias naciones latinas durante el siglo pasado y hoy lo vemos en Honduras. ¿Y México?

Evidentemente los motivos que tiene el ejército para patrullar nuestras calles son diametralmente distintas al caso catracho, pero la reflexión no debe ir en dicho sentido, sino en la brecha de riesgo que estamos labrando al permitirle escudriñar en los sitios que le placen, con una anárquica elección de formas.

Que haya ciudades con cerca de tres mil efectivos para menos de 600 mil habitantes (como Torreón) nos habla de que el uso de la milicia no está siendo, ni de lejos, lo pulcro que debiera, y que el ya citado monopolio de la fuerza no ha sido suficiente para vencer al crimen organizado y volver a los cuarteles.

Y mientras los resultados no son óptimos, los efectivos se conservan sobre las aceras y eso, lo saben, va permitiéndoles, poco a poco, acrecentar la necesidad del Gobierno hacia sus servicios, lo que, con una ecuación simple, convierten en margen de acción.

La mesura en casos como el local debe consumirse con cucharón. Y si las autoridades no reparan en ello, bien hará la ciudadanía en tomar la estafeta.

21 de junio de 2009

El silencio de la responsabilidad


En esos casos el ruido de abejas del público desaparece en cuanto uno toma el balón, porque entonces el silencio de la responsabilidad es una campana que lo aísla todo- Luis Miguel Aguilar en el cuento “El gran toque”

Se han desarrollado los debates por los distritos federales de Coahuila y me parece que sus resultados a los ciudadanos de a pie tendrían que importarnos un milímetro de nada, sobre todo al darnos cuenta que, como siempre ocurre, los temas sensibles se quedaron en el tintero.

Y, peor aún, se dejó claro que el nuestro es un entorno de simulaciones, de acusaciones oportunistas. Por ejemplo, en el debate que confrontó a Luis Gurza (PAN), Carolina Pérez (PVEM) y Héctor Fernández Aguirre (PRI) –candidatos del Distrito 06-, los dos primeros cuestionaron severamente al hijo del ex gobernador Braulio Fernández en dos frentes: haberse beneficiado de programas federales para sus ranchos con montos que superan (según Gurza) los 22 millones de pesos y de no tener medidores de uso de agua en sus pozos agrícolas, además de estar amparado para evitar cobros de la CFE en el uso de energía (dichos de Pérez).

No discuto ni pongo en tela de juicio el valor de las acusaciones, al contrario, se agradecen, pues ante la opacidad reinante, que los políticos se den tiempo de hurgar entre sus pares siempre resulta periodística y socialmente apetecible; aunque también califico como una orfandad de honestidad su reciente aparición.

El candidato del PAN tendría que explicar si cuando se mantenía en el Congreso local ya contaba con los datos referidos y, en caso de ser así, por qué no los hizo públicos antes. Y lo mismo con la aspirante del verde. Ambos, por cuestión ética, tendrían que informar precisa y contundentemente, pues hablamos de presuntas afectaciones directas a los recursos de la población.

Aplaudo que no exista más silencio, que las voces, en su peculiar estruendo, retumben por cada rincón, pero que lo hagan bajo el estricto orden de la responsabilidad, pues las imputaciones que implican un atentado contra la gente, bajo ninguna circunstancia, deben quedar impunes.

Y si Fernández Aguirre se defiende con un parco y medroso “no entraré en pleitos”, entonces, con mayor razón, se pide la acción de los acusantes.

14 de junio de 2009

¿Y la policía?


Karlo Castillo llegó desde la Policía Federal para sustituir en el cargo de director de Seguridad Pública de Torreón a Alfredo Castellanos el 25 de Octubre del año pasado, es decir, hace casi ocho meses.

En dicho lapso, el sinaloense ha enfrentado coyunturas inesperadas, las cuales han limitado su campo de acción y acotado la toma de decisiones. Entre un alcalde necio, una sociedad con tendencias anárquicas y muchos subordinados rebeldes, el jefe policíaco ha visto como sus intentos por mejorar la dependencia fracasaron.

Y por si la frustración fuera poca, hay que sumarle al incensario las mantas con mensajes amenazando su vida por parte de los cárteles locales y las severas críticas que mereció por parte de organizaciones civiles y líderes de opinión. Eso es lo que se llevará cuando, con el año, entregue su cargo. Mucho o poco, sólo él lo sabe

Sí, Karlo partirá, probablemente ensimismado en su decepción, pero el problema no radica en un hombre, sino en una ciudad entera, en Torreón, que quedará con una policía deshecha, menguada en elementos y, según se ve, bajo el yugo del crimen organizado.

Así, las preguntas llegan con afanes multiplicadores, pero hay una que es clave: ¿Qué planes tienen los suspirantes a la alcaldía para atacar el tema de la policía? ¿Qué están haciendo ya mismo para abordarlo?

Entre la política de bajo perfil y los debates estériles de siempre, todos olvidan un asunto toral para el futuro inmediato, al cual no debieran darle margen, mucho menos soslayarlo por temor o ineficiencia.

Que fuera un tema en la agenda de todos los prospectos, sería un buen comienzo.

8 de junio de 2009

El helicóptero y el Código Rojo



Por sí misma, la decisión de nombrar una reacción policiaca como “Código Rojo” determina el deseo de estruendo, de ser aparatoso y de posicionar títulos viriles en asuntos públicos, como si hacerlo significara por sí mismo un avance en la lucha contra el crimen.

A esto, se le añade una buena parte de ridículo cuando el mentado Código sólo sirve para que la ciudadanía observe los robustos convoyes del ejército y las policías correspondientes merodeando por las calles y avenidas de nuestras ciudades, pues los resultados de cada movilización quedan lejos de lo óptimo.

Múltiples ejecuciones, robos a bancos y secuestros quedan impunes diariamente, aún con los patrullajes y todo el aparato de seguridad castrense y federal adueñándose de las calles.

Por ello, aún no me queda claro qué cambiará con el helicóptero que el Gobierno del Estado rentó para que se utilice en los operativos policiacos en Torreón. Si con los cinco minutos que tardan las fuerzas terrestres en reaccionar y dirigirse a los puntos de conflicto no basta, no parece que el aparato aéreo vaya a terminar con las deficiencias, sobremanera si se considera que no existe manual alguno para ser aplicado.

Además, si la operación de la nave correrá a cargo de la Policía Municipal, que los torreonenses vayan confesándose, pues si hay un eslabón débil en la cadena de protección a la ciudadanía es precisamente la dependencia municipal, incapaz de solventar siquiera sus problemas internos.

Con todo lo dicho, resulta evidente que para hacer del Código Rojo una herramienta útil, que cumpla sus propósitos naturales, se requiere mucho más que un helicóptero (y el dispendio de recursos que significa arrendarlo). Se necesita ostentar una planeación pulcra, en donde los involucrados accedan a plantarle cara realmente al crimen organizado, no sólo con estruendo ni virilidad mecánica.

Basta de ridículos y de pensar que las grandes inversiones acarrearán, por sí mismas, la inteligencia urgente. De entrada nos iría mejor si a la espectacularidad le agregáramos una buena dosis de sentido común.